Crónica: de Letonia a Bélgica en bicicleta
Cruzar el norte de Europa en bicicleta fue mi primer contacto con el cicloturismo. Os cuento cómo fue recorrer de Letonia a Bégica países a lomos de mi bicicleta.
Era 2016, el roaming todavía no existía, los smartphones no eran lo que son hoy en día… Me acababa de comprar una bicicleta de segunda mano, unas alforjas desgastadas y tenía la ilusión de descubrir una nueva forma de viajar. Eso sí, jamás imaginé que tendría tanta importancia en mi vida.
El viaje en bicicleta lo hice con un amigo, la idea era empezar en Riga (Letonia) pero, después de darle muchas vueltas, decidimos coger un autobús hasta Ventspils, una ciudad de la costa letona. Nos parecía mágico comenzar la ruta cerca del mar aunque, si os digo la verdad, apenas lo vimos durante el recorrido.
De ahí pedaleamos a Liepāja, unos 120 kilómetros, nada mal para estrenarme… Como se nota que era joven y fuerte. Ahora prefiero tiradas mucho más cortas, para qué engañarnos.
Nada me detenía, la adrenalina inundaba mi cuerpo, miraba a mi alrededor y todo era naturaleza. Atravesamos bosques y caminos llenos de vegetación con un encanto inigualable, algo en mí se estaba despertando.
Llegamos a Lituania
Después de Liepāja pusimos rumbo a Klaipeda, esto significaba cruzar al siguiente país. No os imagináis qué ilusión me hizo el primer cartel que vi en el que ponía Lituania, ¡estaba cruzando de un país a otro en bicicleta, me parecía increíble!. Además, como hasta hacía bien poco los países Bálticos no formaban parte de la Unión Europea, todavía quedaba una caseta en la que antiguamente había estado la frontera. Paré, me hice una foto y fui feliz. En un viaje en bicicleta, las pequeñas cosas pasan a tener mucho valor.
Una vez en Liepāja teníamos tres opciones: seguir pedaleando hacia Kaliningrado, donde tendríamos que coger un visado porque hay un pequeño trocito de Rusia colindando con Lituania; coger un Ferry hacia el norte de Alemania y evitar Kaliningrado y perdernos Polonia o, por último, bordear Kaliningrado y seguir pedaleando hacia Polonia. Como no teníamos mucho tiempo y el presupuesto era muy bajo… decidimos coger un Ferry que nos ahorraría bastantes días de viaje y, además, no tendríamos que pagar el visado.
Rumbo a Alemania
El viaje en ferry fue ameno. No teníamos camarote así que dormimos en sillones y el resto del tiempo lo pasamos aprendiendo idiomas. Yo le enseñaba a mi amigo español y él me enseñaba francés. Un win – win en toda regla.
Una vez en Alemania alucinamos. Primero porque por todas partes había carriles bici y eso me cogió por sorpresa y, segundo, porque mirase hacia donde mirase, había vegetación. Estaba viviendo un sueño y no era consciente.
Kiel, Hamburgo, Bremen, Meppen… Todo a través de carriles bici, por sendas señalizadas. No teníamos gps, no. Pero gracias a la señalización que nos encontrábamos por el camino fuimos capaces de cruzar a nuestro tercer país del recorrido y el segundo a pedales, llegábamos a Holanda pensando que nada podría mejorar Alemania y… todavía nos quedaba mucho por vivir.

Holanda, el paraíso ciclista
Cruzábamos a Holanda y ya nos habíamos acostumbrado a la bici. Nos habíamos puesto en forma, dejamos de tener agujetas, no nos dolía el culete al acabar el día… Estábamos disfrutando. La primera parada fue Zwolle, recuerdo ese pequeño pueblo con un cariño especial. Nos quedamos a dormir en un camping familiar, estuvimos descansando allí un par de días y no pudo ser mejor la experiencia. Veíamos los primeros canales y, si en Alemania habíamos alucinado con los carriles bici… en Holanda todavía estaban mejor. ¡Alucinante!
En Países Bajos atravesamos poblaciones en las que apenas había habitantes, nos rodeamos de vacas, de caballos, de zonas verdes…
De Zwolle nos dirigimos a Ámsterdam, donde también paramos a visitar la ciudad un par de días. Después Utrecht, la ruta más corta de todo el viaje pero, sin duda, la más dura. Llovió durante todo el día, teníamos el viento en contra, pinchamos… Con lo bonita que era la ruta, atravesando el bosque de Ámsterdam y en todo momento a orillas del río tengo bastante mal recuerdo. Suerte que después, cuando estuve viviendo en Ámsterdam, tuve la oportunidad de repetir esa ruta en varias ocasiones con buen tiempo y es un gustazo.
La última etapa
Después de Utrecht nos disponíamos a encarar la que sería nuestra última etapa, hasta Amberes. De nuevo cruzando una frontera más. Es una tontería, lo sé, pero a mí me hace mucha ilusión.
La etapa también estuvo protagonizada por los pinchazos. Parece ser que a mi compañero se le quedó algo clavado en la cubierta y no nos dimos cuenta. Lo llevamos a una tienda donde nos dijeron que estaba todo bien y, al cabo de cinco minutos, volvió a pinchar. Desmontamos de nuevo la rueda y fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que tenía algo incrustado en la cubierta.
Volvimos a pedalear y, ahora sí, sin más complicaciones. Fue una ruta preciosa, la disfrutamos muchísimo a pesar de los contratiempos y fue el broche final al primero de muchos viajes en bicicleta. Aún recuerdo la emoción de haber conseguido, a pedaladas y con el impulso de mi propio cuerpo, llegar hasta allí.
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Quién soy

Hola, soy Laura, periodista, economista y aventurera. Desde hace algún tiempo viajo en bicicleta y comparto consejos. Todo eso que me hubiese gustado saber antes de viajar.
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